Golosinas que no se caracterizaban por ser precisamente un canto a la higiene.
Bolsitas con relleno de dudosa procedencia y hoy difíciles de conseguir
en un mundo que le da la espalda a los nostálgicos.
LA PLATA - BUENOS AIRES, Marzo 16 / 2006 (Agencia NOVA)
A la hora de salida de la escuela era su momento. Tanto el naranjú como las mielcitas marcaron la infancia de muchos hoy -¿casi?- adultos.
En tren de sincerarnos ninguna de las dos golosinas se destacaban por hacer gala de las normas de sanidad o de la marca registrada. El Naranjú era un fálico instrumento congelado que aportaba un cero por ciento de vitamina C y teñía nuestras lenguas; primero se le arrancaba con los dientes una puntita del envoltorio para sorber el jugo, y luego sí, abrirlo del todo y morder el hielo.
El mismo procedimiento se utiliza para las mielcitas, aunque esta vez sólo el primer paso. Una suerte de jalea líquida envuelta en un plástico y que su consumo no era para nada bien visto por las mamás y maestras, y seguramente tampoco por ningún dentista.
Hoy en día es una práctica muy en desuso, las mielcitas están reservadas para circuitos tales como las inmediaciones del zoológico o el tipo que munido de su bici-especial vende en las puertas de las escuelas (también en vías de extinción). El naranjú, también llamado "juguito", sólo se consigue en comercios elegidos, a fin de cuentas, que interés comercial puede redituarles algo que se consigue por una moneda, y de las más pequeñas.
Así y todo, desde este humilde espacio reivindicamos estas dos golosinas cuyo disfrute va en relación inversamente proporcional a la pulcritud y, además, nos hacen retornar, aunque sea un instante, al patio de la primaria a "degustar" nuestra infancia.
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